Trozos de tinieblas navegando entre
mares de sangre desprendiéndose
del estampido hechizo de vida
Vagan pálidos en el templo
hasta convertirse en fantasmales
silabeos que rompen el virgen
rostro blanco arrugado como
el último sol brillante de la tarde
Muere, la porción descolorida celeste,
al acecho de los centinelas de la noche,
que, con sus garras desnudas y afiladas,
invocan al trafago nocturno
La Diosa está por llegar
Muero…
para vivir en su inmensidad
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